Ibáñez y el Partido Papilar




Corrían los 90 recién estrenados cuando caminando por la rambla de Catalunya de Barcelona divisé a lo lejos al señor Francisco Ibáñez oteando golosamente el escaparate de un concesionario. Yo, que crecí con sus pintamonerías, como él mismo las define, no quise dejar pasar la ocasión:

-¡Coño, es usted Ibáñez, el padre de Mortadelo y Filemón!

-Lo que queda de él, –respondió taciturno y con una sonrisa mucho más apagada que la que viene luciendo en la última década, en que todo le ha ido sobre ruedas en papel y celuloide– esto ya no es lo que era y la cosa está muy mal.

-No desfallezca, sus personajes ya son parte del imaginario colectivo y eso no se lo quita nadie.

Al comentarle que yo también le daba al lápiz me miró condescendiente y volvió a repetir que la cosa estaba muy mal, como aconsejándome no echar mi vida por la borda a base de tinta, papel y más moral que el alcoyano. Luego me echó un firmazo en el currículum que me disponía a entregar en la oficina de una ONG del carrer del Carme, lo cual me invalidó como candidato, pero lo di por bien empleado.

Poco después, Ibáñez empezó a incorporar caricaturas de las personalidades políticas del país en sus álbumes, y a hacer alusión a sucesos de actualidad en las historias cómicas que narraba, y material no le faltaba. Este cambio en su producción resucitó las ventas y la popularidad del autor con el desenlace que conocemos. Premiado en todos los salones y galardonadas las animaciones cinematográficas basadas en su obra, Ibáñez es sin duda a día de hoy, en lo que a tebeo se refiere, el autor más prolífico y de éxito comercial en este país (y hubo un tiempo en que también en muchos otros, entre los que destacan Alemania y los países escandinavos). Lo que no se imaginaba paquito, que ya tuvo algunos problemas en los tiempos de su tocayo, es que en pleno siglo XXI sería víctima de la más casposa y retrógrada censura, y lo que es peor perpetrada por un medio público pagado por los contribuyentes como es RTVE, que como tal debería garantizar la neutralidad informativa.

Fíjense que Ibáñez no destaca precisamente por ser un rojillo trasnochado, ni ha representado jamás una amenaza para ningún estamento público, dado el surrealismo y distanciamiento de la realidad de su producción, a pesar de que tratara en muchas ocasiones temáticas relacionadas con la actualidad ( juegos olímpicos, mundiales, etc.) Cierto es que en los últimos tiempos y dado el clamor popular, tocaba en clave cómica asuntos más relacionados con las estrecheces que vivían sus compatriotas ( en álbumes como “El tijeretazo” o “El ladrillazo”), quizás para quitarle hierro al asunto a través de la risa que es a lo que él se dedica. Pero todo siempre desde una perspectiva apolítica, porque en lo que siempre se ha centrado es en la caricatura de la realidad social, y no en los responsables directos de ésta, que como buen comerciante, aparte de artista ya se guardaría él de jugar con sus lentejas (recordemos que Felipe González o el rey son algunos de sus principales fans).

En su último álbum, “El tesorero”, desde hoy mismo en los quioscos,
Ibáñez no hace más que aprovechar los guiones que la propia miseria y mediocridad social que estamos viviendo le da escritos, y como él dice “sin tener que pagar royalties”. A pesar de las claras alusiones a determinados personajillos de nuestra lamentable realidad institucional, él como siempre no hace más que caricaturizar el esperpento en el que estamos sumidos, y sin hablar de política, porque el de mafia es un género como cualquier otro, como el del oeste o el de la ciencia ficción.

Que lamentablemente en la España actual la política llevada a cabo sea más propia de una novela barata sobre delincuentes corruptos con tintes de ciencia ficción, por lo difícil que resulta creer que nos veamos en semejante derrotero, no es culpa de Ibáñez, él es sólo un catalizador cómico de la realidad en la que estamos viviendo. Este nuevo álbum supone el nº 200 en la producción del que es nuestro autor más reputado en el ámbito, una cifra emblemática en la que celebrar a unos personajes, Mortadelo y Filemón, que forman parte de la cultura celtíbera con la misma intensidad que una tortilla de patatas, y así han sido celebrados en otros hitos menos sonados que el que hoy se celebra.

¿Qué denota pues que RTVE haya silenciado la noticia sobre este evento cultural en sus “telediarios centrales”, cuando el servicio informativo se había realizado? Pues fundamentalmente dos cosillas: Una que es evidente que nuestra televisión pública se ha convertido en un prostíbulo desinformativo al servicio del “Partido Papilar”, lo cual es un atentado democrático digno del más reaccionario golpe de estado tejeril, y la otra es que el prurito que le suscita al gobierno cualquier alusión a la contabilidad B , con la que llevan chuleando a este país mucho tiempo, es una declaración abierta de culpabilidad que constata el veredicto jurídico que define al “Partido Papilar” (ya responsable de la expulsión de Cintora en ”La cuatro”) como una organización delictiva en toda regla. Por cierto, curiosamente, el director de RTVE figura entre los papelillos del famoso tesorero (y no el del cómic precisamente) como beneficiario de ingentes cantidades de dinerillo.

Cuando la realidad supera a la ficción, los dibujantes de cómic se convierten en cronistas, y sufren el intrusismo profesional de los monigotes de una clase política delictiva que fuera del papel no tienen ni puñetera gracia. Pero de momento corran al quiosco, donde el presidente del partido papilar “Mamerto Rojoy”,Demetria Coscorral ministra del pecunio o el opositor “Rubacalva” les esperan en el álbum censurado por el régimen pepero que tiene los días contados: “El tesorero”.




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