Vivir sin letrina (pero con teléfono móvil)

EL LUJO ES TENERVÁTER



El 85% de la población mundial utiliza servicios de telefonía móvil pero sólo el 65% tiene acceso a instalaciones sanitarias básicas


La emergencia mundial de la higiene

Ángel Villarino

Quizá te hayas sentido alguna vez un afortunado por llevar un móvil en el bolsillo. No te equivoques: más de tres cuartas partes de la población mundial tienen ya acceso a esta tecnología. Incluso la última frontera, África, está siendo rápidamente conquistada. Existe otro privilegio más infrecuente y del que apenas somos conscientes: sentarse cada mañana en la taza del váter sin arriesgarse a contaminar el agua que bebemos.

Para entenderlo, veamos lo que sucede en la capital de Zambia, Lusaka, donde más de un millón de personas hacen diariamente sus necesidades en agujeros negros y letrinas rudimentarias. Cuando se llenan, el contenido es enterrado en los alrededores, convirtiendo barrios enteros en pantanos insalubres y contaminando las aguas freáticas de la ciudad.

Como resultado, se diagnostican brotes de cólera, tifus y hepatitis infecciosas que matan a miles de personas cada año, sobre todo niños. Lo que sí tienen casi todas las familias en Lusaka es un teléfono móvil a mano: según datos de los propios operadores, más de 91 por ciento de los habitantes del país africano (incluidas las zonas rurales) hacen uso de esta tecnología.

Cuando las letrinas se llenan, el contenido es enterrado en los alrededores, convirtiendo barrios enteros en pantanos insalubres

Una mujer lava la ropa de sus hijos en el río Ciliwung en Yakarta  (Indonesia). 69 millones de personas en el país no tienen acceso a servicios de saneamiento
 REUTERS

Disponer de un retrete con un sistema eficaz para deshacerse de los residuos es casi utópico para alrededor de 2.500 millones de personas (el 35 por ciento de la población mundial), según datos de Naciones Unidas. De ellos, algo más de la mitad disponen de algún tipo de instalación sanitaria rudimentaria. El resto, el 15 por ciento, aún lo hace en plena calle o en el campo.

Y aunque a menudo pase desapercibido, se trata de uno de los mayores problemas sanitarios de la Humanidad en estos momentos. Tanto que en muchos países genera más muertes que la propia desnutrición.La situación está mejorando (en 1990, más de la mitad de la población mundial no tenía acceso a letrinas seguras) pero queda mucho por hacer y algunos programas no están funcionando como deberían, denuncian las propias organizaciones que los impulsan.

“Se crean letrinas, pero el problema no acaba si no se dispone de un sistema efectivo para deshacerse de los residuos”, resume Neil Jeffery, director del programa de Agua e Higiene para las zonas urbanas (WSUP, por sus siglas en inglés).

Dos mujeres se bañan y lavan su ropa en el río Ciliwung, Indonesia (fotografía superior). Un hombre se lava el pelo junto a bolsas de basura en una zona residencial situada en las afueras de Beijing (fotografía inferior).REUTERS




Los rostros


Xu Feifei

Javier Ibáñez / Pekín


Xu Feifei vive en una habitación de nueve metros cuadrados. Paga por ella 800 yuanes al mes (114 euros) y cocina en el pasillo, como cada uno de los cerca de 300 vecinos que viven en su edificio, un antiguo centro fabril situado a unos diez kilómetros del centro de Pekín.

Sin embargo, lo peor queda fuera del bloque, al otro de la calle. Allí, en un descampado, varios inquilinos han levantado casetas de uralita con el fin de servir como baños y duchas para los que, como ellos, han optado por estas “residencias económicas”. Mangueras, a menudo rotas, a modo de duchas, agujeros en el suelo que conectan con rudimentarios pozos negros fuera de la red de alcantarillado y un olor fétido que inunda todo alrededor es el resultado de esta improvisada obra de ingeniería.

Feifei, que trabaja como administrativa en una empresa de logística y gana menos de 6.000 euros al año, pasa sus horas de descanso enganchada a su iPhone 6, comprado hace algo más de seis meses tras varias semanas de espera.

“Lo reservé por Internet en cuanto salió a la venta y sé que es caro pero para mí es indispensable. Leo, escucho música, veo películas y utilizo Wechat (la versión china de Whatsapp) a diario. Algo a lo que doy tanto uso quiero que sea de la mejor calidad y no me importa pagar más por ello”, asegura Feifei a El Confidencial.

Agujeros en el suelo que conectan con rudimentarios pozos negros fuera de la red de alcantarillado y un olor fétido que inunda todo

En China, el último modelo del terminal de Apple, en su versión más barata, cuesta 4.288 yuanes (757 euros), una cantidad, en teoría, inalcanzable para muchos como Feifei, quien, sin embargo, antepone el tener un móvil de gama alta a otros elementos que se podrían considerar de primera necesidad como un cuarto de baño propio.

“Paso la mayor parte del día fuera de casa y, por lo general, sólo estoy aquí para cenar y dormir. Podría compartir piso o alquilar una casa pequeña pagando algo más al mes pero ¿para qué? Lo único duro es tener que cruzar la calle para ir a los baños en invierno o que estos a menudo estén cerrados por desbordamientos o atascos. Además de eso, tenemos que lavar la ropa en las lavadoras del sótano... pero ya estoy acostumbrada. El móvil, sin embargo, lo utilizo durante las horas en que no estoy durmiendo o no tengo mucha carga de trabajo, así que para mí es una inversión mejor”, argumenta.

Que Feifei no es un caso aislado lo demuestran los datos de gigantes tecnológicos como Apple o Samsung quienes, a pesar de la irrupción de compañías con precios sensiblemente más bajos como Xiaomi, han mantenido buenas cifras de ventas en sus segmentos de gama alta dentro del país asiático. De hecho, a los tres días de abrirse la reserva online del último modelo de la marca de Cupertino, este ya contaba con 20 millones de solicitudes registradas.“

"Puedes tener una casa mejor o más céntrica, comprar ropa de grandes marcas e ir más veces al cine o, como en mi caso, puedes optar por invertir tu dinero de otra forma y gastar tu tiempo con lo que tienes en la palma de la mano. Al final, es cuestión de saber cuáles son tus prioridades”.


Nyama Ibrahim

Francesca Cicardi / El Cairo

Nyama Ibrahim tiene 60 años y lleva más de 20 viviendo en una casa sin agua corriente ni un baño en condiciones. Con la tez oscura y curtida por la edad y las dificultades, Nyama vive resignada y acostumbrada de alguna forma a carecer de aquello que es considerado básico.

“¿Cómo podemos vivir así? Simplemente vivimos”, asegura la mujer, mientras arrastra su pesado cuerpo por las calles sin asfaltar de Wa'at El Gaba, uno de los muchos asentamientos informales que surgen junto a los barrios humildes de El Cairo, donde millones de personas viven hacinadas en condiciones de insalubridad y pobreza.

Nyama y su marido llegaron a Wa'at El Gaba después del fuerte terremoto que sacudió la capital egipcia en 1992 – que dejó cientos de muertos y decenas de miles de desplazados – y desde entonces su familia ha vivido aquí de forma precaria. Tienen cuatro hijos y muchos nietos, y siguen con la esperanza de que el Gobierno egipcio les reubique en una casa de protección oficial o les ayude a mejorar su actual vivienda.

En todo este tiempo, la familia ha compartido una habitación oscura y maloliente pero, a medida que han aumentado sus miembros, se ha hecho insoportable la vida bajo un mismo techo. Con la ayuda y generosidad de los vecinos, han ido ampliando su casa de forma ilegal y poco ordenada, pero en ningún momento se han dotado de un sistema de saneamiento adecuado: las aguas fecales de la familia acaban en la calle, en medio de la basura y otros deshechos.

Nyama cuenta que cada vez es más difícil para ella poder ir al servicio, porque sus piernas están enfermas y cansadas. La anciana apenas cabe por la puerta del que denomina cuarto de baño, donde al menos puede gozar de cierta intimidad, ya que hay una endeble puerta detrás de la que hacer sus necesidades. El servicio es un estrecho cubículo ubicado debajo de una escalera, en el que sólo hay una letrina y, por supuesto, no hay agua corriente. Nyama explica que, en ocasiones, necesita de una silla para sujetarse.

Al igual que un alto porcentaje de los egipcios (cerca del 25%, según la ONU), Nyama vive en la pobreza, pero tiene un teléfono móvil, que lleva con ella a todas partes. Es un modelo muy básico, sin ninguna función 'inteligente': le costó 50 libras egipcias (unos 6 euros) y le sirve para estar en contacto con su único hijo, que trabaja fuera de casa, dice. Analfabeta y probablemente con necesidad de unas gafas graduadas, la mujer puede reconocer los números y nombres en su teléfono, que emplea para hacer y recibir llamadas de forma puntual. Gasta unas 10 libras (1 euro) cada mes, lo cual le permite realizar varias llamadas porque las tarifas telefónicas sin irrisorias en Egipto. Nyama no considera que el móvil sea algo imprescindible, pero se lo puede permitir gracias a los bajos costes, mientras que a día de hoy aún no puede costearse un sistema de tuberías para su vivienda.
En todo este tiempo, la familia ha compartido una habitación oscura y maloliente pero, a medida que han aumentado sus miembros, se ha hecho insoportable la vida bajo un mismo techo. Con la ayuda y generosidad de los vecinos, han ido ampliando su casa de forma ilegal y poco ordenada, pero en ningún momento se han dotado de un sistema de saneamiento adecuado: las aguas fecales de la familia acaban en la calle, en medio de la basura y otros deshechos.

Nyama cuenta que cada vez es más difícil para ella poder ir al servicio, porque sus piernas están enfermas y cansadas. La anciana apenas cabe por la puerta del que denomina váter

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