En la Europa de los mercaderes no caben los países decentes






Hay actitudes que no acabo de entender en personas e instituciones, incluso la del gobierno griego, que es el único que puede merecerme alguna confianza en Europa. Será que creo demasiado en que cualquiera es capaz de comprender una buena explicación y en la naturaleza humana, o será que algunos creen demasiado poco en los demás. Sinceramente, no tengo respuesta.

Lo que sí sé, aunque haya a quien le parezca tremendista, es que, generalizando, no existe a nivel político mundial ninguna voluntad de hacer algo positivo por las mayorías o administrar de la mejor forma posible los recursos y avances que explotamos y producimos, y que intentar hacer entrar en razón con argumentos a quien sabe perfectamente lo que está haciendo, es poco menos menos que absurdo, y bastante más que ingenuo. Negociar con la Troika, por ejemplo, intentando mostrarle sus errores, es como advertir a un psicópata asesino que espera en la penumbra con un cuchillo, de lo peligrosas que son las armas blancas. Al final lo único que podríamos conseguir si no lo usa contra nosotros en ese momento, es que se plantee comprar una pistola, pero no que deje de matar.

Ya no vivimos en un mundo que aspire a ser mejor para todos: eso si alguna vez se imaginó hace cien años, duró lo mismo que un suspiro. Hoy lo que vivimos es otro mundo en el que la oligarquía mundial nos quiere callados, divididos y temerosos. Y si se nos ocurre molestar, y ya no le funciona para controlarnos la propia estructura alienante del sistema, con sus horarios extenuantes, su alcohol barato, sus impuestos regresivos, su turismo de rebaño, sus ansiolíticos de médico de familia, sus angustiosas reglas o su hipnosis televisiva, recurre a la represión legislativa. Y no se trata de ninguna conspiración, ni hay nada personal: son los negocios e intereses comunes de unos pocos capaces de comprar o crear gobiernos.

Nos vendieron una crisis inexistente como un recurso para convertir la deuda privada en deuda pública, y hoy es esa misma deuda la que nos tiene pegados a una tela de araña que empezó a tejerse en los ochenta en un mundo globalizado en el que la soberanía nacional escasea cada día más, incluso en los países presuntamente independientes. Tras la ficticia crisis llegó algo que ya previeron diferentes economistas: la burbuja de deuda.

En una entrevista en El País de abril de 2010, el Nobel de Economía Joseph Stiglitz adelantaba lo que hoy es una realidad, y no fue el único ni mucho menos. Michael Hudson escribió un magnífico artículo en febrero de ese mismo año (Hacia la servidumbre por deudas) que si bien estaba centrado en la situación de EE.UU. era válido para entender lo que estaba ocurriendo a escala mundial.

Dicho esto, intentando no confundir a nadie, hay que aclarar que el problema no es la deuda, sino el marco en que se crea y asume, y sus objetivos.

No es lo mismo endeudarse en un país con un banco central público (la FED estadounidense, por ejemplo, es una entidad privada pese a la Junta de Gobernadores) y moneda propia, que hacerlo en un país sin ese tipo de banco central, o mucho menos en una comunidad internacional en la que los miembros han renunciado a esa soberanía económica individual. Y más que esto, lo verdaderamente importante es la intención última de ese endeudamiento: para qué te endeudas.

En Europa los países periféricos nos hemos endeudado no para cubrir gastos sociales o fomentar el crecimiento, sino para convertirnos en esclavos de la propia deuda y que desde el norte pudieran atar en corto posibles aventuras nacionales. Y todo mediante la imposición de un escenario político/económico absurdo de contención del déficit y política patológica de la austeridad. Y es que aquello que podía haber frenado el BCE desde el primer día, se dejó crecer para que “los mercados” sustituyeran a los Estados.

El gobierno griego sabe perfectamente que dentro de esta UE sin una política fiscal o social común, en la que cada socio mira por sus intereses nacionales mientras vela por los otros intereses superiores a los de la propia población, no hay grandes esperanzas de solución. Y por eso hay muchas voces dentro de ese mismo gobierno que no ven como un drama mayor el tan cacareado ‘Grexit’.

Y esto es lo que me tiene confundido. Porque ni una quita del 30%, o aunque fuera del 60%, va a cambiar la naturaleza de esta cárcel europea de lo antisocial. Dentro de esta Eurozona no hay vida inteligente, ni esperanza de transformación. Si hoy te perdonan una parte de la deuda, o peor si la posponen, mañana volverás a deber lo mismo o más, y lo que hoy te exigen que apliques contra tu propio pueblo y consideras inaceptable, mañana será peor y el cuento será el mismo.

“Es el capitalismo, idiota”, que diría aquel. La gran propiedad privada es intocable (la pequeña no) y la libertad del gran mercado es sagrada (y la del pequeño un pecado), y pertenecer a ese tipo de club como segundón nunca ha sido una buena idea. Un club donde el que ahora exige medidas a Grecia es el mismo que ayudó a falsear sus cuentas.

Supongo que los dirigentes griegos quieren ganar tiempo para ir preparando un país que pudiera hacer frente a ese tipo de contingencias sin traumas, pero a veces la falta de audacia cuando tienes el apoyo de tu propio pueblo se paga muy cara. Creer que te van a dejar maniobrar para hacer en mejores condiciones lo que ahora no te atreves a llevar a cabo, es perder una ocasión que puede ser única.

Algún día alguien tendrá que dar el primer paso, de lo contrario puede que pronto nos acostumbremos a vivir sin derechos. Aunque puede también que sea la propia codicia de esos pocos que deciden por todos lo que un día transforme el mundo, y habrá que ver en qué sentido lo hace. Cruzaremos los dedos.

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