Sobre el descenso de Podemos: respuesta a Villacañas


Diputados autonómicos de Podemos en la Asamblea de Madrid. / ÁLVARO MINGUITO

José Luis Villacañas ha publicado recientemente un artículo titulado Política y trauma: sobre el descenso de Podemos, proporcionando una interpretación de las causas por las que Podemos ha caído en las últimas encuestas

Dado que Villacañas goza de una sólida y bien ganada reputación, es de esperar que cualquier cosa que firme sea considerada fríamente por personas con capacidad para influir en el curso de Podemos. Así las cosas, es importante advertir las posibles carencias en este artículo, que, a mi modo de ver, adolece de varios errores y alguna contradicción.

Resumamos, primero, la tesis de Villacañas: la confianza de la ciudadanía en Podemos es menor que anteriormente porque no se logra situar en el centro de gravedad de la agenda política la corrupción como factor determinante de la crisis económica, o de, al menos, su desarrollo. De hacerlo así, el trauma que centrase el debate público sería aquel en cuya discusión se encuentra Podemos más a gusto; dicho de otra manera, se jugaría el partido en un terreno en el que el relato de Podemos es más sólido que el de sus adversarios, y, en especial, que el del PP. El autor aporta tres razones por las que esto no está sucediendo, o al menos no en la suficiente medida:
Villacañas incurre, pues, en un error categorial al aseverar que la sensación de normalidad y calma se desprende del éxito electoral en vez de la gestión del poder adquirido

En primer lugar, el relativo éxito cosechado por Podemos en las elecciones autonómicas y municipales “aleja la escena del trauma”, esto es, da una sensación de normalidad contraria a los intereses de Podemos.

En segundo lugar, no se dispone de un discurso más institucional, convenientemente informado para hacer justicia a las soterradas aspiraciones republicanas de Podemos y que transmita, a un tiempo, la sensación de que se posee sentido de Estado.

Por último, Podemos ha interpretado el resultado de las elecciones autonómicas y municipales como un trampolín hacia las generales, en vez de trabajar en una estrategia de reordenación territorial en sentido federalista – si bien las próximas elecciones en Cataluña ofrecen una ocasión para tomar este curso de acción. Esta serie de argumentos está jalonada de errores e imprecisiones, que 
procedo a comentar uno por uno.

Respecto del primer argumento, y asumiendo acríticamente que la sensación ahora imperante es de normalidad, cabe señalar que el éxito de las elecciones autonómicas y municipales, con su significado de adquisición de poder territorial, no es consecuencia directa de dicha sensación. Podemos coincidir con Villacañas en que las necesidades estratégicas de Podemos se nutren, en última instancia, de un estado generalizado de excitación nerviosa, y que, por tanto, la monotonía mediática y la somnolencia estival juegan en su perjuicio, pero no en que haya sido el éxito en las municipales y autonómicas su causa. Es la administración, en un sentido o en otro, de ese poder recién adquirido lo que puede crispar el debate público o contribuir a anestesiarlo y reblandecerlo. Desde los puestos de autoridad se puede tocar rock and roll institucional y hacer como Kichi, que trató de mediar en un desahucio, o como aquella alcaldesa de Podemos que ha ordenado por escrito a la policía municipal que no participe en esa lacra, o como la compañera Ada Colau, en casi todo lo que dice y en casi todo lo que hace.

Villacañas incurre, pues, en un error categorial (esto es, atribuye a una cosa propiedades que no pertenecen a su categoría) al aseverar que la sensación de normalidad y calma se desprende del éxito electoral en vez de la gestión del poder adquirido. Lo que templa los ánimos es una cierta gestión del poder adquirido, y no el hecho de adquirirlo. Es importante entender este argumento como un error, ya que, si bien es un error meramente conceptual, podría llevarnos a creer que la oportunidad de gobernar para (y hasta con) la ciudadanía se va a volver fatalmente en nuestra contra, y que, por tanto, mantener el listón alto no vale tanto la pena.

Respecto del segundo argumento: si lo anterior era un error conceptual, este segundo argumento constituye tanto un error en sentido clásico (decir de algo que es lo que no es, o que no es lo que es, por ejemplo: la Tierra es plana, la Tierra no es esférica) como una contradicción con el argumento anterior. Empiezo por lo primero: no es cierto que Podemos no haya puesto todo su empeño en asumir un discurso institucional y dar la impresión de tener sentido de Estado. Aquí la evidencia me socorre: movimientos como el de dar de lado la cuestión de la monarquía, o el de tratar con pinzas, o no tratar, la cuestión de la independencia de Catalunya, o emplear con mucha mayor frecuencia la palabra “gestión” (que siempre evocará la circunspección de los expertos) que “participación” (que para nosotros, criaturas neoliberales, sigue resonando a soviet) demuestran que, si por algo se ha caracterizado el discurso de Podemos en estos últimos meses, y aún más a raíz de las elecciones autonómicas y municipales, es por tratar, con mayor o menor fortuna, de dar una impresión de lealtad institucional, reconocimiento de la legalidad vigente y sentido de Estado.

En cuanto al aspecto de contradicción de este argumento, señalemos que decir que Podemos ha bajado en las encuestas porque no se ha empleado en elaborar un discurso institucional entra en contradicción con aseverar, apenas unas líneas más arriba, que Podemos ha bajado en las encuestas por causa del éxito cosechado en las recientes elecciones. Por supuesto, la condición de que estas dos tesis entren en contradicción pasa por asumir que dicho éxito implica un mayor conciencia institucional por parte de Podemos. Creo que es una premisa asumible.
No es cierto que Podemos no haya puesto todo su empeño en asumir un discurso institucional y dar la impresión de tener sentido de Estado
Por último, el autor señala un punto que aún no logro entender cómo explica la caída de Podemos en las encuestas, si bien es posible que su sentido sea el de señalar cómo podría recuperarse. En ambos casos, me parece una razón muy imprecisa. A mi entender, la palabra “federalismo” sólo parece haber salido de los círculos intelectuales para infiltrarse en el debate público en torno a la ordenación territorial del Estado a partir de su empleo por parte del PSOE. A este respecto, es muy probable que se trate únicamente de una maniobra del PSOE para dar la impresión de frescura cuya ausencia Podemos señalaba con tanta contundencia. Entrar en tan importante debate por la puerta del federalismo tiene todo el aspecto de una trampa mortal: en primer lugar, como refleja la última encuesta del CIS, qué le falte al Estado de las autonomías para ser federal no es algo que le quite el sueño a nuestros conciudadanos, de modo que hacer un caso de esta palabrita sería como arrojarnos en brazos de los medios y los estrategas que fían toda su estrategia en presentar a Podemos como algo disparatado, fuera de contexto; en segundo lugar, sería jugar en el terreno elegido por un adversario político deseoso de mostrar que tiene ideas propias que le hacen joven. Por ello, ni creo que el poco interés de Podemos en la palabra “federalismo” sea la causa de su caída en las encuestas, ni recomendaría a su dirección coger tan espinoso camino; sí recomendaría, en cambio, dejar a Pedro Sánchez enlodazarse con los rótulos pomposos y las banderas monstruosas, y dedicar todo el esfuerzo teórico a hacer circular un relato conciso y una propuesta clara en torno a los conflictos actuales de competencias de las Autonomías entre sí y con el Estado.

Se entiende mal que la causa de la menor apreciación de Podemos sea el éxito en las elecciones autonómicas y municipales, la carencia de un discurso institucional o el poco interés en el federalismo, si bien cierto grado de tranquilidad, de incapacidad para transmitir una imagen completa de seriedad en el ejercicio del poder y de sequía continuada de propuestas claras de transformación del Estado y la sociedad pueden ser factores relevantes. Pero hay un aserto más en el artículo de Villacañas que no estoy dispuesto a compartir, y que constituye su tesis central: que el terreno de Podemos ha de ser el de algo así como una reducción ontológica de todos los males de la crisis económica a la corrupción que padece el país. En efecto, la bandera de la lucha contra la corrupción ha de ser nuestra, y, en buena medida, es algo que ya hemos logrado; pero nunca hemos de olvidar (si, como buenos republicanos, buscamos introducir la cuestión de la verdad en el violento ecosistema de la política) que la crisis tiene causas transnacionales, causas enraizadas en las mismas entrañas del gigantesco mecanismo que, de una esquina a la otra del globo, da el trabajo y lo quita, da la comida y la quita, da la vida y…
No, centrar el debate público en la crisis económica no es el trauma preferido de Rajoy y de sus esbirros: es su peor pesadillaRegalarles ese pedazo de discurso, aun con la voluntad de dirigir la atención a una cuestión igual de candente, no sería distinto de convertirse en una pieza de su juego. No deberíamos cambiar de tema cada vez que los señores comentan las previsiones del FMI para hablar de la burbuja inmobiliaria, sino dedicar todo nuestro esfuerzo a hacer circular un relato que muestre lo que bien conocen tantos millones de conciudadanos: que la llamada “recuperación” no es más que la consolidación de los desastres de la crisis como pilares y fundamentos sistémicos de nuestra sociedad durante las próximas décadas.
Nos lo jugamos todo.




José Luis Villacañas

     Es un profesor, filósofo político, historiador de la filosofía e historiador de las ideas políticas, de los conceptos y de las mentalidades español. Actualmente es catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense y director de la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico

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