Los "fachatipo"

Al volver a la realidad del curso que comienza uno tiene la sensación de no haberse movido de la silla. Leo las noticias para abordar la diatriba semanal en la que me he especializado y se cumple la pesadilla: el bicharraco sigue ahí.



Ese tufo con el que nací y me crié, esa especie de neblina siniestra y grisácea que nos rodea y que todo lo impregna permanece en el ambiente como parte característica del aire que respiramos. Los españoles somos portadores de valores eternos y, entre ellos, incluimos ese neofascismo oficial y asumido que nos hace diferentes. La nostalgia de aquel tiempo de opresión que los protagonistas de la Transición se empeñan en que se extinguió con las reformas aprobadas tras la muerte del dictador se hace presente con acciones impresentables en una democracia occidental, que es como gusta llamar a los sistemas que, teóricamente, regulan la convivencia a través de las leyes que se dan a sí mismos los ciudadanos, administradas por una Justicia independiente. Justicia independiente, ¿se imaginan?

Esta introducción viene al caso de las nuevas noticias sobre el desprecio del Gobierno a las víctimas del franquismo.Cuando el dictador decía aquello de “lo dejo todo atado y bien atado” no se refería a medidas o leyes que sirvieran de dique para mantener fuera de las lindes de la piel de toro la riada de ideologías perversas que aniquilarían “la reserva espiritual de occidente” que él construyó, sino a algo más profundo, imperceptible, espiritual, pero también científico.


Estoy plenamente convencido de que aquella escuela médica encabezada por Vallejo Nájera que proclamaba que el marxismo había que erradicarlo evitando que las rojas fueran madres, porque la semilla del mal no tenía remedio y cual planta borde volvía a surgir al menor descuido, no era sino un señuelo para ocultar la verdad: estaban construyendo en las galerías subterráneas del monasterio de San Pedro de Cardeña, donde montaron un campo de concentración, un laboratorio para inocular el gen del facherío español a los máximos responsables de aquella dictadura, para que la doctrina que proclamaba el régimen no se extinguiera con la muerte de El Caudillo. Término que ahora suena ridículo porque lo es.

Si se conseguía alterar el ADN de los adictos al régimen se procurarían generaciones de amantes de aquella España Una Grande y Libre, en cuyos confines no se pondría el sol. Cosa que nunca entendimos bien los niños hasta que nos explicaron que cuando Filipinas era español siempre había un sol alumbrando y calentando los cerebros de los próceres de la patria. Si se ponía por allí, salía por aquí, cosas del universo sideral que se escapaban a nuestras vírgenes mentes devotas de María.

Pues en ese laboratorio clandestino, templo de la eugenesia, se consiguió fabricar al español verdadero, libre de toda influencia extranjerizante, sodomítica, judeo-masónica y marxista. No lleva ningún estigma en la piel, sino un resorte en el cerebro que cuando ve peligrar la esencia de los valores que hicieron de España la nación faro y guía de Occidente, inhibe cualquier atisbo de inteligencia, para situar el cerebro en las coordenadas de la España victoriosa, esa que las hordas rojas quieren mancillar elevando a la categoría de víctimas la mala hierba que hubo que exterminar para enderezar el rumbo de una nación desviada del curso divino que la Historia le había reservado.

Sólo así se explica que el Espíritu Nacional resurja por todas partes en estas nuevas generaciones de demócratas liberales.

Cuando quede demostrada esta teoría del gen facha que ahora parece de ciencia ficción, entenderemos la desesperación a la que lleva el empeño en creer que la derecha española es razonable, y que cuando la Administración del Estado cae en sus manos están a salvo los principios elementales de la democracia.

Es difícil, por tanto, que se llegue a una solución en la cuestión de la Memoria Histórica, porque los responsables del Gobierno actual no consideran “víctimas” a esos fusilados, sino ajusticiados por razones diversas, ya que no quieren decir obvias.

Algunos se empeñan en poner en el otro platillo de la balanza el trato dado a otras víctimas, alegando la contradicción en la que incurre el presidente del Gobierno al recordar las palabras que pronunció al cargarse esta ley: “Yo eliminaría todos los artículos de la Ley de Memoria Histórica que hablan de dar dinero público para recuperar el pasado. No daría ni un solo euro público a esos efectos”. Le recuerdan que hubo muertos luchando con Hitler en la División Azul cuyos restos han sido repatriados a costa del Estado. Claro, pero eso es razonar, y ya he dicho que no es posible tal cosa con personas que portan en su genotipo alteraciones inducidas. Al parecer se trata de una trisomía en el par dieciséis que regula algunas funciones cognitivas.

No hay que caer en la desesperación: no lo van a hacer. Su naturaleza se lo impide. Los experimentos del doctor Mengele no llegaron a buen fin porque los nazis perdieron la guerra, pero aquí tuvieron más tiempo para desarrollar estas técnicas y, según parece, los experimentos se llevaron a cabo con éxito.

Al parecer normales, muchas personas se empeñan en reivindicar cuestiones elementales recurriendo a la razón para lograr una justicia elemental, pero gracias a aquellos avances científicos que consiguieron crear generaciones de “españoles de verdad” nos estrellamos contra el muro negro y espeso, quedamos reducidos a entes que vagan en la nada, como hámsters que corren en su rueda dentro de una jaula creyendo que algún día alcanzarán su destino.

Sé que dirán que estoy loco, pero cuando se llegue a la publicación del genoma humano y aparezca el fachatipo, una secuencia de aminoácidos imprevista que responde a lo anteriormente expuesto, la Historia me dará la razón y mi buen nombre quedará rehabilitado.

Lo mejor es llevarles la corriente, ignorarles mientras se trabaja en la construcción de un mundo mejor. Al margen. Sin ellos. No tienen remedio. Por eso mienten sin ponerse colorados, o toman la comunión emocionados por la ingesta de Cristo mientras provocan la muerte de inmigrantes muertos de hambre. Son amorales, una causa superior gobierna sus acciones y genes alterados dominan su voluntad y su mente.

Y están entre nosotros. ¡Qué coño!: encima de nosotros.



José Miguel Monzón Navarro, más conocido como El Gran Wyoming, es un presentador madrileño, licenciado en Medicina, que dejó su profesión para dedicarse de lleno al mundo del espectáculo. Médico, humorista, actor, director, escritor, músico y presentador de televisión, Wyoming es, actualmente, presentador de 'El Intermedio', en La Sexta. En reconocimiento a esta labor ha sido galardonado con un micrófono de oro (2008), un Premio Ondas (2009) y un ATV (2012).

 Te pedimos que apoyes esta petición: una reforma de la Ley de Memoria Histórica para que las organizaciones que hacen apología de la dictadura franquista y sus crímenes sean declaradas ilegales en España.

Comentarios